Eduardo Tamariz
INSTRUMENTOS Y PRESENCIAS
Por Sylvia Navarrete
Las Pinturas y las esculturas de Eduardo Tamaríz llevan por título palabras que hacen referencia a la arquitectura y a la gestión del espacio: Estructuras y Máquina, Cilindros, Básculas, Columna... Pero el espíritu de su obra podría verse resumido simplemente en rincón con dos objetos. Los cuadros de Tamaríz son interiores desiertos -allí la figura humana no tiene cabida-, sólo ocupados por extraños objetos que parecen animados de una vida propia. Estas presencias pesadas y compactas, cobran suaves movimientos bajo la caricia de un pincel amoroso pero exigente, que persigue los matices y transiciones más sutiles de su paleta para moldear planos, ángulos y volúmenes. Estas "máquinas" no pertenecen a nuestro entorno cotidiano; tampoco son figuras geométricas estrictas. Más bien son cuerpos blandos y sin embargo sólidos y macizos que, puestos en conjunto según una lógica misteriosa, llegan a protagonizar "escenas" mudas. Ahora bien, no hay ninguna intención narrativa en la obra de Tamaríz, sino una voluntad de construir un espacio onírico y sin embargo concreto. Poco le importa describir la naturaleza física, le interesa sobre todo eliminar las reminiscencias visuales que puedan suscitar las formas y sólo conferirles un orden en el campo pictórico. Claro está, se distinguen de pronto, en la estructura de horizontales y verticales simétricas, , un tubo, una estaca, una aguja o un cubo vacío. Pero no pretenden ilustrar nada más que el hecho de que funcionan como elementos plásticos: en esto son formas "arcanas", como las llama él, porque más allá de su presencia inquietante en el lienzo y del efecto que ésta pueda producir en el espectador, sólo son instrumentos de la composición. Acaban siendo ficción pero son ante todo agentes de una poética del espacio, que intenta -y logra- simular la tercera dimensión en la superficie de la tela.
El lenguaje de Tamaríz se encuentra a caballo entre figuración y abstracción y escapa a las clasificaciones. Aunque no relaten anécdotas, sus imágenes pueden evocar un universo fabril cuya acción quedó suspendida en el tiempo. A veces sus figuras tubulares traen a la memoria al Fernad Léger de la posguerra; su arquitectura animista tiene de repente ciertos aires surrealistas y recuerda en ocasiones a la pintura metafísica de Giorgio de Chirico pero, más que influencias particulares, éstas podrían ser asociaciones fortuitas.
Asombra la buena factura de los cuadros de Tamaríz, que delata una labor extremadamente minuciosa -y, según él, "torturante"- sobre la volumetría. La Paleta es elegante y sobria. Tamaríz sabe extraer de ella riquezas de tono insospechadas, aplicando pinceladas de diversos pigmentos en pequeñas ráfagas hasta conseguir las tensiones y los cortes deseados en cada objeto. Las texturas son suntuosamente tersas y, examinadas de cerca, espectaculares.
Las esculturas de Tamaríz no son una trasposición de las formas de su pintura. Aunque subsiste una fascinación espontánea por la arquitectura, el artista encuentra además en la tercera dimensión una posibilidad real de jugar con las oposiciones entre materiales duros y formas orgánicas maleables.
Eduardo Tamaríz ha elegido rehuir a las modas. Permanece fiel a una búsqueda que lo conduce, conforme pasa el tiempo, a una mayor complejidad en la exploración de las formas en el espacio. El esfuerzo no es vano: existe ahora una atmósfera "tamariziana" inconfundible, densa y secreta, que a fin de cuentas transmite una grata sensación de serenidad.
LA REINVENCIÓN DEL RECUERDO
Por Santiago Espinoza De Los Monteros, 1989.
Siempre que miraba los cuadros de Eduardo Tamaríz pensaba en un artista que antes de enfrentarse a la tela pasaba largas horas sentado frente al cuaderno de apuntes y haciendo pequeñas marquetas de cartón que luego copiaría cuidadosamente para plasmar en su pintura.
También pensaba en el estudio de Tamaríz como una bodega de objetos maravillosos, fantásticos, acumulados después de días enteros de rondar por los deshuesaderos de autos puestos de antigüedades, de chácharas que luego serían rearmadas para acabar siendo figura sobre un piano. Todo eso estaría ahí para acabar siendo copiado tarde o temprano.
Nada de eso.
Todos los objetos que Eduardo Tamaríz plasma en sus cuadros son producto exclusivo de su imaginería. Más aún, ronda un poco por entre los fierros viejos que, a veces se dejan descubrir sobre un plástico de dudosa reputación colocado en la banqueta de alguna calle del centro de la ciudad.
Su prodigiosa vista retentiva lo lleva a recrear, años después de que ha visto una forma determinada, las mismas líneas -con muy ligeras variantes que son más requerimiento de adecuación estética que error de memoria- objetos que, seguramente, estuvieron ante sus ojos sólo unos cuantos segundos durante un paseo en auto, un programa de televisión o una visita obligada al mecánico automotriz para realizar las enmiendas necesarias.
De esta manera, al ser todos ellos objetos creados por la imaginación, nos encontramos que poseen en sí mismos una fuerza interna lo suficientemente grande como para sentir ante ellos que se esta como ante personas, ante gente que vive, palpita, tiene temperatura y como los hombres, un punto en el tiempo en el que habrá de llegar y detenerse.
Hay una gran cercanía a lo que puede ser el taller de un moderno alquimista. Entre todo el catálogo de objetos que Tamaríz nos presenta en sus cuadros, nos encontramos con que ninguna de las piezas de éste gran laboratorio funciona, sin embargo, no hay una sola que este descompuesta.
Las estructuras y el planteamiento interno de los espacios son de una austeridad típica de los postfuncionalistas (tubos que en otro momento sirven como parte interna de una estructura ahora son elementos decorativos; nichos en las paredes que quedan como remembranza de una utilidad caída ya en desuso; etcétera), de modo que esta especie de "retoma" de un lenguaje arquitectónico del pasado, aproxima la pintura de Eduardo Tamaríz en un planteamiento de corte postmodernista.
Si bien es cierto, esta postmodernidad a la que me refiero no es determinante en su trabajo, ni tampoco es la bandera adoptada por él para acercarse a una "moda", asunto que le tiene sin cuidado. Es más una manera honesta de arrojar una mirada a la memoria visual que se ha nutrido generosamente desde su nacimiento en 1945. La consecuente "readaptación" de lo visto en el pasado y puesto en hoy casi tal cual se le recuerda, vuelve a situar a los objetos con su estética y su diseño propios de su momento, en las cercanías de la época en que fueron concebidos nuevamente sobre una tela.
Es por esto que al enfrentarnos a piezas como "Imaginación" o "La Arena Abandonada" por ejemplo, sentimos que somos testigos de lo que sucede en un mundo que sólo a través de la pintura de Tamaríz podemos conocer. "Imanación", inquieta por ese reto a la gravedad por parte de una esfera que flota en el centro de un aro sujeto por tubos, un aro que es, por supuesto, el centro de la energía, círculo en el que se entrevistan la ciencia ficción y la ciencia, así a secas, la otra ciencia que funciona sólo en la pintura.
Hay una mesa atravesada por un punzón típicamente tamariziano (a decir de el mismo, estos punzones-garras que son un elemento francamente agresivo, han ido desapareciendo paulatinamente de su pintura). Sobre esta mesa vemos una especie de piedra -¿bronce?- que también produce la sensación de ser fuente de energía. La evocación de uno de esos laboratorios que habitaba un genio desquiciado en las películas de los años sesentas, es directa.
"La Arena Abandonada" es otro más de los cuadros dignos de ser vistos con detenimiento. Es uno de los pocos que nos muestra una escena exterior, inusual en Tamaríz, marcando el sitio en el que se han ido acumulando objetos que con el tiempo van cayendo en desuso. Ha crecido el pasto y no hay personaje que lo atienda. Sí lo ha habido, se deduce, para crear un caos ordenado en el que habitan las formas, las luces, los colores; ¿los volúmenes?.
Eduardo Tamaríz no es ni por mucho un pintor que se dedique a ejercer la crítica social, sin embargo, en piezas como "La Patria Consumida" él hace evidente por medio de una lectura de símbolos esa parte de la historia resquebrajada que hoy cruzamos: un pódium (sin orador) en el que se han colocado las páginas del supuesto discurso (páginas en blanco), que conforman los elementos del primer plano que marcan la distancia con el segundo en el que una bandera es consumida en su centro por la serpiente que ya se ha escapado del escudo. Hacia la parte baja derecha, hay una navaja a manera de aleta de tiburón que amenaza con cortar finamente cualquier objeto que entre en contacto con ella.
Situarse ante la obra pictórica de Eduardo Tamaríz produce la sensación de que se están mirando, como en un museo de enseres antiguos, objetos que ya no forman parte de nuestra vida cotidiana, sin embargo, siguen conservando su vigencia en tanto su cercanía con la idea de la cosa (la "mesidad" de la mesa, la "sillidad" de la silla, etcétera) y, aunque desconocidos para nosotros puesto que son objetos inventados por Tamaríz, se expresan y revelan ante nuestros ojos con la misma dignidad y acaso valor utilitario de los objetos que en nuestra cotidianeidad nos auxilian y rodean.
Tamaríz no es un pintor gestual pero es arriesgado. No es hiperrealista y a la vez es capaz de plantear en su pintura "posibilidades viables" si se tradujesen a la tercera dimensión. No es un pintor fantástico y pese a ello logra crear un mundo que es exclusivo de sus telas. No es arquitecto y construye. Su cercanía desde su infancia al trabajo escultórico que desarrollaba su padre, le han dado los elementos para entender el mundo de los objetos.
Hoy nos plantea una vez más su concepto de lo que deben ser las cosas. Estamos ante la idea personal de un artista que nos introduce a su intimidad. Dentro de los cuerpos sólidos hay otros posiblemente más blandos y sensuales. Ellos son, en realidad, los que ha copiado fielmente Eduardo Tamaríz.
ESCENARIOS MENTALES
Por Guillermo Sepúlveda, 2007
Sins.- escena, ambiente atmósfera, circunstancia, medio, contexto.
La vida de Eduardo Tamaríz se distingue sin lugar a duda por su absoluta entrega a la actividad artística en la pintura y en la escultura. Hace algunos años me expuso con mucha razón su deseo de renunciar al aparato artístico (museos, galerías, críticos...) argumentando que casi en su totalidad el panorama se había oficializado dando entrada sin restricción a novedades y experimentos neo conceptuales y post-artísticos, realizados por individuos o grupos que en su mayoría han negado la historia y la tradición, prefiriendo en su expresión resultados donde lo banal se antepone al misterio, lo escatológico a lo sagrado y por último favorecen la ventaja del oportunismo frente a la inteligencia y la creatividad, todas estas premisas que además niegan o desacreditan a la pintura como medio. Creo que como el critico norteamericano Donald Kuspit expresara en el prologo de su última publicación "The End of Art", estamos viviendo un momento donde el mundo cansado de expresiones efímeras y banales, comenzara a otorgar el sitio merecido a la generación de los "New Old Masters".
Al recibir hace algunos meses las fotografías de la obra reciente de Tamaríz, me sorprendí grandemente por el nivel de maestría alcanzado, producto de tres años de reclusión en silencio aislamiento. Estos exuberantes "Escenarios Mentales" poblados de color y formas, actúan de inmediato en el observador de una manera extraña (atracción/rechazo), como si de pronto en estos sorprendentes ambientes cerrados reconociésemos formas arquetípicas de materia mutante que se transforman en la proximidad de unas con otras, sólidos de gran densidad que armonizan entre las inusitadas patinas u óxidos metálicos que las cubren. Algunos de estos escenarios estáticos sugieren cielos liberadores, otros, acciones amenazantes contenidas en moldeadas llamas, nubarrones, luces o explosiones destructivas. Hay que recordar que la formación de Tamaríz en el campo escultórico es muy amplia, de tal manera que en su pintura destacan elementos con acentos volumétricos de efecto tridimensional que se antojan como proyectos de conjuntos escultóricos. La obra como un instante poético se encuentra cargada de opuestos: sentimientos, fantasías, deseos y esperanzas, convergen en justo equilibrio con: la racionalidad, armonía y objetividad de su estilo de impecable oficio, potenciando nuestra percepción y las múltiples interrogantes sobre la existencia del hombre y la creación. Tamaríz ocupa actualmente un lugar sobresaliente en la escena contemporánea de las artes de México.