Nahúm B. Zenil
EL CIRCO GENI[T]AL ZENILIANO
Luis Carlos Emerich, 1994.
La instalación, la ambientación y, en general, la invitación al juego interactivo con arte-objetos y pinturas manipulables han construido un renglón muy importante de la obra plástica de Nahúm B. Zenil. Desde principios de los años ochenta, con Pase Ud., había propuesto la provocación de la curiosidad del espectador como seductora forma de des-cubrir imágenes tan ocultas como la interioridad natural individual se entierra bajo las normas artificiales.
Imágenes "encontradas" en la historia y el corazón de la moral nacional y "armadas" con nuevos significados dentro una caja cubierta por una cortina [como sagrario profano], o series de pinturas secuenciadas como "actos" de teatro guiñol erótico, o vitrinas desacralizadoras o sillas que invitaban a sentirse en confianza al sentarse, todas eran trampas, tentaciones para develar lo guardado durante milenios de represión moral, donde la exposición de desnudeces de cuerpos y almas tomaba por asalto al pudor más íntimo. La necesidad de tocar para creer, sobre todo lo intocable o lo invisible o inmencionable cuyas latencias rigen quizás el misterio humano más intenso -la sexualidad-. Era la zona más obscura estimulada, pero también, curiosamente, el impulso para esgrimir el desenfado como desmitificador.
Por supuesto, a las tentaciones gozosas [entre las cuales la picardía irreverente, o hereje infantil pero inocente, sería la mayor], también ha puesto las dolorosas: prisiones del alma impuestas por los dogmas, condenas al infierno después del goce de la carne en vida y la invasión de las buenas consciencias por el ubicuo súcubo que confunde el placer con el mal. Ahora, fusionando ambos extremos, Zenil ha instalado una suerte de circo que, al enclavarse en el desierto del amor y el humor, bajo la dualidad luna-sol, femenino-masculino, vida-muerte, tiempo-libertad, más bien parece un escenario para la tragedia igualmente dispuesto, como siempre, para la comedia.
En esta exposición, el mejor negrohumorista de la pintura mexicana hace convite para nuevas funciones de los "fenómenos" de la vida y de las trasmutaciones de la pena por alegría ficticia en la feria de sus alrededores, además de algunos actos mortales y juegos con la lumbre erótica-fanática. Entre los primeros se encuentran los más tradicionales: la transformación oprobiosa del humano en animal, y viceversa, por sus reprobables conductas [la mujer convertida en serpiente o gorila o Gorgona o vampiro o en crítica de arte; el hombre en sirena o tortuga o mujer o en figura ambigua de sus propios estigmas], ante los cuales uno no sabe si gozar más de la inventiva de sus figuraciones aunada a la exquisita calidad factual, que de la fronda metafísica del árbol cultivado por Zenil desde las raíces fantásticas del arte popular mexicano, o del buen mal genio de un solitario tan diversificador de su soledad que en alguno de sus rincones hallará cabida identificatoria hasta el más ajeno a su pequeño gran mundo de las inhibiciones, porque en el fondo su blanco son los valores esenciales: vida, tiempo, muerte, cielo e infierno, desde el mito a la verdad desencarnada, gozados o sufridos en carne propia.
La misma tentación de horror es la del humor. La guillotina que cercenará del cuerpo humano el pajarito de la lotería, no es muy distinta en esencia de la puerta de dos hojas custodiada por un ángel y un demonio, así como nada distingue un pájaro de un pene que, al reproducirse en serie y ordenarse en un patrón regular [igual que se multiplican el rostro y la máscara del propio artista], se juega su potencial simbólico al tino o destino moral-lúdico del espectador. La horca del suicida y el ver...dugo, el tiro con dardos a la autoefigie marcada con "blancos" de colores patrios son mucho más que juegos de escarnio, enfrentamientos a valores humanos esenciales tergiversados como formas de manipulación social, que ahora, como forma manipulación estética provocan al espectador para jugársela o para que se lo jueguen.
Los premios consisten en dulces deshibiones y masajes de consciencia para conjurar dualidades funestas. Van envueltos en "papeles estéticos" jamás desempeñados en el arte mexicano antes de Zenil.
NAHUM B. ZENIL.
Edward J. Sullivan, 1988.
Nahúm Zenil es uno de los artistas más importantes del México de hoy. Con frecuencia su trabajo tiene claros rasgos autobiográficos y, al igual que Frida Kahlo -cuya obra admira profundamente-, utiliza su propi imagen como protagonista de la mayoría de sus telas. Sus autorretratos son imágenes de confrontación: santo, mártir, ángel, demonio, es una confrontación, un reto con el espectador. Para apreciar si obra es necesario familiarizarse con su presencia y con la realidad que nos fuerza a aceptar; incluyendo su propia alineación dentro de una sociedad en la que la norma de los valores, tanto religiosos como sexuales, es en extremo conservadora. La ambigüedad sexual, un cierto erotismo masculino y el narcisismo se mezclan con otros elementos autobiográficos que incluyen una especie de fascinación con los mitos religiosos y las leyendas. La obra de Zenil tiene un alto contenido político. No trata de ocultar ninguno de los episodios de su vida que le son importantes: los utiliza en una suerte de monólogo constante que se torna en diálogo (entre él y el observador) sobre dualidades como represión y libertad, individualismo y conformismo.
La visión de Zenil está "enraizada" en lo mexicano. Algunas veces toma símbolos nacionales, por ejemplo la bandera nacional aparece repetidamente en su trabajo, o utiliza símbolos de fuerte nacionalismo religioso como la imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de México. Las técnicas que utiliza recuerdan también el arte tradicional mexicano. La mayoría de sus obras están hechas en tinta sobre papel con gouaches de color; el papel que utiliza con frecuencia es de color sepia y, además, usa la pluma para dar un efecto punteado sobre los fondos que recuerdan a los grabados del siglo XIX (en especial los de José Guadalupe Posada) que se han ido oscureciendo con el tiempo.
Zenil nació en el estado de Veracruz, en el poblado de Chicontepec, el primero de enero de 1947. Estudió en la Escuela Normal y Trabajó como maestro de primaria en la ciudad de México donde ha vivido por muchos años y ha realizado la mayor parte de su obra en un modesto apartamento. Muchas de sus obras contienen referencias a sus alumnos. Ha hecho dibujos de sus clases con largas inscripciones que se refieren a ellos, sus nombres, cuando les impartió clases y otros detalles como estos. Estas inscripciones, de caligrafía diminuta, juegan un papel importante en sus obras; algunas veces parecen referirse directamente a la imagen, otras, parecieran ser parte de un discurso interior solo parcialmente visible en la superficie de la obra.
Nahúm Zenil ha mostrado su trabajo en varias exposiciones individuales en México y tambien ha participado en numerosas muestras colectivas.
Su enorme talento y complejidad de su iconografía -altamente personal, pero siempre referida a un sustrato mexicano- están siendo cada vez más apreciados en el extranjero gracias a exposiciones como Rooted Visions: Mexican Art Today que tuvo lugar en Nueva York, además de la exposición individual en la galería Mary-Ann Martin también en esa ciudad, a principios del año pasado. Zenil es una de las principales figuras de su generación que revive el espíritu de innovación e identidad nacional característico de las primeras décadas de este siglo en el arte mexicano y que mantiene, al mismo tiempo, una fuerte identidad propia que le confiere un extraordinario sello distintivo a sus imágenes.