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Paula Santiago

Laura Reuter
Entrando en la luz

La artista Paula Santiago fusiona los mundos de la oscuridad y la luz, del tiempo olvidado y hoy, del arte antiguo de las culturas precolombinas y el México moderno de hoy, que es el suyo.

Empezó de la forma más corriente. Nacida en 1969, Santiago se crió en Guadalajara, México, se matriculó en ingeniería industrial en la Universidad Panamericana cerca de casa. Fue buena alumna pero la ingeniería no le satisfacía. A los 21 años partió hacia París. Sería artista.

Recibió lecciones particulares de dibujo y pintura; estudió la lengua francesa y su literatura en la Soborna; frecuentaba los museos. Se trabajaba en el estudio de un artista, y una vez más, frecuentaba museos. Volvió a México y se matriculo en más clases de arte, y se sumergió en el arte primitivo de Meso América: el arte pre-colombino de los Olmec, los primeros Maya, los Toltec, los Mixteca, y las culturas Aztecas. Dada la impresión de que buscaba su sitio legítimo.

A la edad de 23 años Paula Santiago dejó la pintura; no quería crear imágenes en un lienzo que servirían para representar algo. Necesitaba trabajar por sí misma, empezar a crear desde su interior. “No quería trabajar con conceptos; quería trabajar con mi vida”.

Solo tenía 27 años cuando ganó una plaza de alumna residente en la ArtPace Foundation for Contemporary Art en San Antonio, Texas. Y luchaba tenazmente por encontrar su propia voz.

Habiendo abandonado la pintura, Santiago volvió a crear arte con sus propias manos al bordado, una actividad rescatada de su niñez. Para su exhibición en la ArtPace se hizo con los tesoros familiares realizados por su tía Lupita, quien 80 años antes, había pasado las horas bordando un surtido de preciosos pañuelos blanco sobre blanco. Santiago los convirtió en sus lienzos y con puntadas diminutas impartió nuevos significados a las superficies antiguas. Ocasionalmente añadía pequeñas semillas decoradas con apliques, las cuales con el tiempo mancharían la tela adyacente con variaciones sutiles de color.

El viaje interior de Paula de Santiago empezó en San Antonio y duraría los siguientes cinco años de su vida. Incluso los materiales que empleaba llegaron a ser profundamente personales. Empezó a extraer su propia sangre, manchando las superficies con ella. La sangre venosa, privada del oxígeno que encuentra en su viaje por el cuerpo humano, aparenta un color rojizo que el tiempo convierte en tonos marrón y beige, como los de la tierra. Dejando a un lado los hilos de seda tradicionales del bordado incorporó el uso del cabello humano, el suyo propio, el de su abuela y el de sus amigos. El pelo se convirtió en su hilo unificador, su forma de unir partes dispares. Lo encontró enigmático, protegía el cuerpo a la vez que se alejaba de él mientras crecía. Además, dado que el cabello contiene la memoria del pasado del cuerpo, podía hacer referencia al paso del tiempo.

Abandonó la tela como base estructural de su arte y empezó a trabajar con la cera y el papel arroz, materiales engañosos ya que aparentan ser frágiles pero en realidad son fuertes resistentes. Dado que los dos materiales pueden ser transparentes u opacos tanto el uno como el otro representan ideas de mayor importancia del saber y del no saber, de buscar lo oculto y de ocultar lo visible. Al principio Santiago trabajaba en una sola dimensión, sin embargo la artista aclara, “Necesitaba añadir más volumen. Necesitaba más de una capa”. De la misma manera que sus materiales servían de metáfora para el tiempo recubierto de otra capa de tiempo, necesitaba construir imágenes esculturales, capa a capa.

En el año 1999 cuando Santiago inauguró su exhibición en solitario en la Galería Iturralde de los Ángeles ya había alcanzado su plena madurez artística. Había aprendido a crear conjuntos de obras con cada pieza terminada formando un fragmento de una totalidad. Dar nombre a esta totalidad resultó ser tan difícil como era dar nombre a las piezas individuales. A su primera exhibición en la Iturralde la llamó Moan, la palabra maya para el pájaro que vuela más alto en todo el mundo. Poca gente ha visto este pájaro ya que vive por encima de las nubes, muy cerca del cielo. Aquellos que sí lo han visto dicen que se parece a un quetzal, tan hermoso que se asemeja a la luz en sí misma. El título que la artista ha dado a esta exhibición actual es Septum, palabra del latín que significa la membrana impermeable que separa y entra en contacto con las dos cámaras del corazón y que sólo se desarrolla cuando nacemos y la sangre empieza a correr por los canales normales del corazón.

Moan fue una exhibición oscura e inquietante que hirió la sensibilidad de muchos visitantes. La galería se llenó de mostradores de cristal, cada uno con una prenda pequeña que algún ser desconocido hubiera podido vestir en un sueño remoto. Algunas llevaban paquetes; todas estaban hechas de cabello y sangre, de papel arroz japonés y papel de malla. El sentimiento de ausencia fue palpable. Era como si todos los que hubieran importado realmente de alguna forma u otra hubieran partido hace mucho tiempo dejando atrás una tierra vacía. Sólo permanecería su esencia espiritual. Dice la artista, “Quiero que mi obra aparezca como pendiente, inacabada. Quiero que mi obra esté en movimiento, que dé la idea de lo fugaz del conocimiento, del saber. La exhibición viajó al Museo de Arte de North Dakota en Grand Forks y entre el público había visitantes que se quedaron parados en la entrada, incómodos, reacios a entrar, conscientes de la oscuridad que albergaba la sala. De la misma manera que la verdadera poesía puede comunicarse antes de que se la entienda, se puede sentir la inquietante presencia espiritual en el arte de Santiago mucho antes de que se pueda explicar. Tal como ocurre con el arte azteca antiguo, el espectador intuye una violencia subyacente que no le atrae. Para crear Moan la artista hizo un viaje al borde de un abismo personal solitario y privado. Su arte presenta marcas visibles de aquel viaje. No obstante, como ha escrito el poeta Theodore Roethke, “En tiempo de oscuridad, el ojo empieza a ver”.

Poco tiempo después a Paula Santiago se le descubrió un melanoma en su brazo derecho calcinado por el sol. De forma casi milagrosa su vida cambió de rumbo: hacia la luz, hacia la salud.

Nunca más extraería su propia sangre. Al contrario, reunió los dibujos hechos con sangre en papel de arroz que aún le quedaban y los cubrió de capas finas de cera de abejas traslúcidas. Los cortó en tiras finísimas y tejió membranas delicadas con tiras. Construyó otros fragmentos de cera, formas que surgían de su viaje particular de pasos perdidos a la profundidad de su vida interior, formas vacías que se asemejaban a escudos, pieles, armaduras y fundas para seres ausentes. De forma gradual las partes se unieron en forma de pequeñas esculturas de cera, cada una colocada, acompañada de una bocanada de aire, en un reluciente mostrador de cristal. El cristal no solo es un elemento sutilmente reflectante, sino que además da un aspecto más frío a la cera amarilla a la vez que resalta el rojo de la sangre que se encuentra enterrada en la cera de color más pálido.

Estas formas flotantes nos remiten a memorias fugaces de las esculturas de hueso de los esquimales, las máscaras del mar de Breing, una figura griega, un pájaro egipcio o una serpiente azteca. Encapsulados en cristal estos objetos misteriosos son los parientes vivientes del arte eterno de culturas anteriores. Es como si tanto la artista como su arte se hubieran alimentado de Xipe-Totec, el Dios mesoamericano de la primavera. Cargado del espíritu del renacimiento y la renovación, curandero potentísimo –sobre todo de los ojos- viste la piel de otro producto de un sacrificio ritual.

Aun cuando se encontraba emocionalmente vulnerable y físicamente frágil,  y antes de que su obra actual existiera, Santiago viajó a la India. Allí aprendió que podía “encender la luz dentro”, que podía construir un hogar interior para ella misma. Entonces, mientras visitaba Tenochtitlán en el corazón mismo de la moderna Ciudad de México, tropezó con dos guardianes del Templo Mayor. Incrustados en la piedra o quizás saliendo de la piedra, sus pechos se cubrían de fragmentos de piedra. Aquellas pepitas de ideas.

 

PRESENTACIÓN

El arte ofrece la posibilidad de acceder a territorios inexplorados, en los que el artista se interna en busca de una mayor comprensión y conocimiento del mundo, y ante todo –como fin último de todo proceso- de sí mismo. Tal es el caso de la ruta profundamente personal emprendida desde hace muchos años por Paula Santiago, una de las artistas más originales y de más sólida trayectoria en la escena del arte contemporáneo mexicano.

Si bien las primeras experimentaciones de Paula Santiago en el mundo del arte fueron a través del dibujo y la pintura, desde muy temprano renuncia a plasmar lo que sus ojos ven y los cierra para mirar en su interior, tomando su propia vida y su propio cuerpo como el concepto y el lenguaje que sustentan su obra. Paula sabe que sólo ella tiene los recursos necesarios y toma su sangre, su cabello, integrándolos a otros elementos –textiles antiguos, cera, papel arroz, cristal- igualmente plenos de significados, y con sus manos crea la trama del tejido que arropa su alma y viste su existencia, dando lugar a una obra inquietante, que toca todos los extremos, recorre todos los senderos y que ha visto las dos caras de la luna.

Con un selecto conjunto de piezas, la intimista muestra que MARCO presenta es testimonio de distintos momentos de creación en la trayectoria de Paula Santiago y constituye la bitácora del viaje interior de nuestra artista que, al permitirnos penetrar en su mundo, abre la puerta a nuestra propia experiencia.

Nuestro más profundo agradecimiento a ella y a los coleccionistas que con su generosidad han hecho posible esta muestra.

NINA ZAMBRANO
Presidenta del Consejo de Directoras



“El verdadero artista sabe que está viviendo por segunda vez”
Carlos Fuentes

Consumimos sueños diarios, vivimos días marchitos, seguirnos el eco de nuestras emociones según la fortaleza de su deseo por tener cuerpo, y albergarse en nuestro propio cuerpo. Vehículos temporales, devorados por la alegría, la tristeza, la melancolía, los celos, la ira, etc. Vamos aceptando la contingencia de nuestra identidad, y descubriendo que es necesaria una permanente y humilde indagación sobre lo que motiva nuestra hambre y nuestros deseos; con suerte logramos intuir, a través de nuestras emociones, aquello que nos hace vivir.

¿Qué otorga tal poder a nuestras emociones para determinar las formas de conducta frente a cada experiencia? Y, ¿Qué es lo que hace aparecer los valores y los no-valores en la apreciación de las emociones?

Las emociones aparecen como experiencias de un cuerpo sensible, estesis, y su reconocimiento es un comentario reflexivo que hacemos cuando calificamos nuestras actitudes frente a nuestras acciones; bocetos fisiológicos, históricos, heurísticos, funcionan como dominios conductuales que modalizan nuestras creencias y deseos, y nuestra propia presencia.

Lo que distinguimos como una emoción es un dominio de acciones, y una estimación de la clase de comportamiento que podemos esperar de nosotros mismo o de otras personas; es decir, reconocemos una disposición corporal. Por ello, un cambio de emoción es similar a un cambio de mente o de cuerpo, y nuestra capacidad de emocionarnos consiste en una manera de movernos de un dominio de acciones a otro, consiste en convertirnos en otra persona.

Si la percepción supone recuperar la potencia significante de los objetos del mundo, son las emociones las que proporcionan la textura de cada experiencia, son el texto confeccionado según reglas preestablecidas para denotar objetos del mundo; incluso nuestra experiencia de identidad aparece mientras explicamos nuestra conducta en un ámbito emocional dado, y gracias a ello aparece también la noción de realidad como algo independiente a nosotros y como principio explicativo.

Como fenómenos heurísticos, nuestras emociones nos atan y nos liberan del mundo, y de otras personas; ejercicios de tensión y distensión de nuestro apego a la vida y a un cuerpo, nos brindan la posibilidad de apreciar lo humano.

“Vamos por la rayita una cuerda floja”
Paula Santiago

Desde luego hay diez, cien, mil maneras de observar el tránsito del complejo conjunto de estímulos a la pluralidad ordenada que es el reconocimiento de una emoción, pero ¿qué mantiene nuestra estabilidad emocional en el filo de la navaja?

En el ámbito del arte contemporáneo, frecuentemente los conceptos, las tradiciones y el mercado son generadores de las ideas que aparecen en las obras; sólo en pocas ocasiones es posible observar que un artista deja la vida en su trabajo, en el caso de Paula Santiago además es evidente que el arte no sigue formato, ni corriente, ni disciplina, que es una forma de vida que consume.

En el trabajo de esta artista hay una arriesgada indagación sobre las condiciones más radicales y las más refinadas de observar nuestras emociones y nuestra presencia: la felicidad, la soledad, la angustia, el amor. Paula cruza el filo de navaja de la estabilidad para desaparecer y dejar vivir cosas nuevas, para dejar que el deseo adquiera forma mediante ciertos materiales, para dejar a una emoción hablar e ir al límite de lo que puede decir.

Hallar dominios emocionales más intensos que aquellos del registro normal, requiere la paciencia de observar y sentir con meticulosidad y cuidado cada detalle del mundo, requiere la angustia y la serenidad de salir de la propia vida y hallar otra en las personas, objetos y circunstancias que nos rodean, requiere la valentía de permanecer y arriesgar la propia estabilidad, sólo así se logra mostrar aquello que nos hace vivir.


“No quise trabajar con conceptos, quise trabajar con mi vida”
Paula Santiago

En el trabajo de Paula Santiago es posible seguir el trazo que dibuja un ámbito emocional definido, esa huella es lo que nos permite otorgar sentido a su quehacer, y reconocer la sustancia de su obra. Sus piezas establecen relaciones con nosotros que no son espaciales, ni visuales ni conceptuales, sino estéticas, pues se trata de materias que, tocadas por la vida de Paula Santiago, va configurando el deseo de una emoción de tener cuerpo.

Las obras de Paula Santiago nos otorgan la libertad de querer sujetarnos a una emoción sana y nos invita a atrevernos a explorar nuestra hambre y nuestra angustia, nos invita a observar con compasión la humildad de nuestra propia vida. Con un diapasón sensible muy refinado, Paula hace de su aprehensión del mundo, y de las emociones, un fenómeno físico, casi orgánico, la estesis en Paula es conocimiento sensible que conmueve.

En obras como A, y como Mar, la cera implica una connotación mística, trae al mundo una presencia sagrada, un poder cósmico desde un sitio sacro y profano al mismo tiempo, reliquias orgánicas, membranas que ofrecen pistas de una biología de lo sagrado, ofrecen un espacio que está entre la inteligencia y el cuerpo, la no forma que libera de la necesidad de esquemas de percepción, la invención sin registro que sólo es posible a partir de emociones sin registro, de acciones desde otra vida, y desde ser otra persona.

La delicada manufactura de cada obra de Paula Santiago, ofrece una metáfora de la percepción que permite la emergencia del cuerpo y del mundo; su trabajo es una reflexión sobre el tiempo, la construcción de un presente sin fisuras mediante la invención de objetos sagrados, estas obras, tesoros individuales, muestran que es posible recuperar la mirada poética que nutre el deseo de vivir de nuevo.

Anam, A.F. Amnios, Chúlel, vestidos rituales de distintas épocas, actualizan también distintos ámbitos de lo sagrado, cada uno parece detener el tiempo teleológico e instaurar un tiempo concentrado en sí mismo, momento infinito de la presencia plena que propone una conciencia capaz de resistir las emociones, el color, el viento, el entusiasmo excesivo, la melancolía; estos vestidos son trajes rituales y gestos de salida.

Estas obras nos muestran que el mensaje en el arte no está determinado por su soporte material, sino por la sustancia que las constituye, más que significados en ellas, es posible encontrar las huellas del deseo que se expresa con persistencia a través de Paula, y quizá a pesar de ella; un deseo cuya presencia, paciente, ansiosa, insegura o firme, retorna permanentemente.

La condición de Paula Santiago de dar cuenta de aquello que nutre el deseo de vivir, tolerando y disfrutando, desde el cuerpo que lleva su nombre, cada gesto y cada experiencia, es también un ejercicio de libertad; su trabajo nos permiten intuir la posibilidad del desapego a las formas del mundo, a los esquemas de pensamiento y a los juicios.

Según el biólogo chileno Humberto Maturana: opiniones incompatibles, deseos incompatibles, emociones y acciones incompatibles, destruyen la coherencia del flujo de la vida y producen la experiencia de fealdad y de miedo, y con ello perdemos capacidad de ver, oír, oler, tocar y entender, con ello transformamos a los seres humanos en público.

Contra la experiencia de fealdad y el miedo que detiene hasta paralizar, la alternativa que ofrece el trabajo de Paula Santiago, es la recuperación de un tipo de mirada capaz y de comprender las distintas maneras de apreciar nuestras emociones, incluso sin la posibilidad ni la necesidad de describirlas, una mirada capaz de recuperar el deseo de vivir de nuevo.

Quizá sea posible encontrar los vínculos secretos entre las cosas, quizá sea posible vivir en un mundo donde cada día podamos disfrutar con serenidad la sorpresa de experimentar nuestras emociones; donde cada paso, incluso los de la tristeza y la angustia, sean una afirmación de vida.

Jorge Contreras
Curador